Barcelona Clásica: Josep Maria Guix estrena la obra “Wind… Chimes!” para dos pianos: “Propongo convertir un juego de pocas notas en un gigantesco campanario”

miércoles, 4 de marzo de 2015

Josep Maria Guix estrena la obra “Wind… Chimes!” para dos pianos: “Propongo convertir un juego de pocas notas en un gigantesco campanario”

El Conservatorio Superior del Liceu acoge mañana jueves un concierto del dúo Brugalla&Stambalov para una formación poco habitual en los circuitos comerciales: dos pianos y percusión.  Para hacer todavía más excepcional la ocasión, presentan un repertorio que incluye un estreno absoluto: el de la obra Wind… Chimes!, compuesta por Josep Maria Guix. El programa se completa con otras dos obras para doble piano: una versión de Ma mère l'Oye de Ravel y la Sonata para dos pianos y percusión de Bartok.

Hemos tenido la oportunidad de hablar con el autor de Wind… Chimes!, Josep Maria Guix, el más indicado para explicarnos en qué se inspira la obra, qué mensajes quiere transmitir y qué podemos esperar de ella. Mañana hablaremos con los intérpretes, el dúo formado por Emili Brugalla y Vesko Stambalov.


Barcelona Clásica: ¿Cuál es el punto de partida de Wind… Chimes!?
Josep Maria Guix: El punto de partida estaría en la voluntad de convertir un pequeño juego inofensivo de pocas notas en un gigantesco campanario. Pero, a partir de ahí, Wind... Chimes! busca intencionadamente la ambigüedad y propone la necesidad de desdibujar fronteras entre parámetros que a menudo se nos presentan como compartimentos aislados.

En primer lugar, la obra pretende ir más allá de los instrumentos: los dos pianos acaban convirtiéndose en carillones livianos o en grandes campanas. En algún pasaje, incluso, producen la sensación de tratamiento electrónico en vivo. También se establece una nueva lectura entre el trasfondo y el primer plano y entre técnicas contrapuntísticas (el canon o la imitación rigurosa) y efectos acústicos.

Incluso en el aspecto rítmico se derriban muros: hay momentos en los que la pulsación es muy rápida y siempre regular, aunque la sensación resultante establece complicados motivos y figuraciones de superficie. Al final de la obra, por el contrario, la métrica es extraordinariamente compleja y, sin embargo, nuestra percepción intuye fácilmente el juego que se desarrolla.

B.C. ¿Qué retos te ha planteado la obra?
J.M.G. Escribir para dos pianos y, sobre todo, para un programa que ya incluye la Sonata de Bartok supone una gran responsabilidad. En primer lugar, traté de “no hacer el ridículo”, pero también de evitar el camino fácil. Lo primero fue escuchar de nuevo diversas obras de referencia en el repertorio de esta formación, en especial, las Tres Piezas de Ligeti.

También existía una referencia sonora real que acabó convirtiéndose en el origen de la sección conclusiva de mi obra: el efecto de desfase rítmico que producen los sonidos de diversas campanas procedentes de una iglesia. Es una situación que viví personalmente una mañana de domingo en Utrecht, hace ahora algunos años.
Formación de dos pianos, para la que está escrita Wind... Chimes!

Asimismo, sabía que el inicio de la composición debía ser inocente: el viento que agita suavemente los pequeños tubos metálicos de un carillón y origina unas melodías y unos ritmos al azar. Más tarde desarrollé la idea del delay, de la imitación entre los dos pianos, lo que constituye la sección central -la más difícil de interpretar, por cierto-.

De alguna forma, Wind... Chimes! establece un punto de inflexión en mi catálogo, entre otras razones, porque me atrevo a utilizar unas dinámicas extremas que van desde el cuchicheo inicial hasta los “fortissimo” de la sección final.

B.C. ¿Dirías que es una obra experimental?
J.M.G. Toda obra posee siempre algo de experimento lanzado para provocar una respuesta emocional o intelectual. Si se consigue o no es otro asunto. Supongo, sin embargo, que la pregunta se refiere más bien a si resulta complicada la audición. Me atrevería a decir que no: el material armónico es muy sugestivo (escalas pentatónicas y hexatónicas) y, además, la duración es muy razonable (entre 6 y 8 minutos).

Pero que nadie espere escuchar una obra tonal al uso, de fácil adscripción a una determinada escuela, como tampoco va a oír un homenaje a las técnicas de vanguardia.  Me siento cómodo con la tradición y, a la vez, utilizo los elementos compositivos de mi tiempo: al fin y al cabo, es el momento que me ha tocado vivir. En el programa del concierto también figuran Ravel y Bartok, dos verdaderos referentes en la historia de la música. Eso significa que  Wind... Chimes! debería encajar  en las formas y modos habituales en un concierto de música clásica.

B.C. ¿Cómo aconsejarías al público que tiene que escuchar esta obra? 

J.M.G. Al público le rogaría que se dejase seducir por la música y se concentrase en aquello que está sonando. Le pediría que cerrase los ojos y notase cómo nos envuelve la belleza de las resonancias.  El espectador ideal debería, tal vez, formularse las siguientes cuestiones: ¿qué le sugiere lo que está escuchando? ¿Le encuentra algún sentido? ¿Cree que el compositor ha conseguido transmitir algo con su obra? ¿Cómo lo ha logrado? ¿La técnica que ha usado era la adecuada? ¿Tiene ganas de volverla a oír?

Y, lo más importante, es que debe preguntarse si la música le resulta fácil. Si tiene la impresión de que, más allá de la velocidad y de la cantidad de notas por segundo, todo parece sencillo, es que los intérpretes han logrado transmitir el mensaje con éxito. La pieza implica un elevado grado de concentración y el más mínimo error derrumbaría el castillo de naipes. Es mérito del dúo formado por Emili y Vesko conseguir esa fluidez y levedad en una partitura realmente difícil de conjuntar.

B.C. ¿Cuáles dirías que son los hitos principales de tu trayectoria como compositor?
J.M.G. Escribo muy lentamente y mi catálogo no es demasiado extenso. Tampoco me corresponde a mí determinar si existe o no algún momento memorable en mi producción musical.

Sí me atrevo a afirmar, sin embargo, que no me resulta posible componer si no creo en lo que estoy escribiendo y si la obra no surge por una necesidad auténtica y sincera. Esta debe superar muchos filtros hasta que no alcanza el grado de delicadeza sonora, de concisión formal, de trabajo armónico y de sutileza tímbrica que busco.

B.C. ¿En qué proyectos de composición estás trabajando ahora?
J.M.G. Tengo en mente una obra para cuarteto de clarinetes, en la que utilizaré un proceso análogo al empleado en Wind... Chimes!: intentar la recreación de un efecto típicamente electrónico -el delay, sobre todo-, únicamente con instrumentos reales y, a la vez, trabajar en la espacialización para trazar líneas de direccionalidad entre los sonidos.

También estoy desempolvando un viejo proyecto: un ciclo de canciones para voz femenina y orquesta de cámara sobre textos de Omar Kayyam y de Pessoa. Veremos si surge la oportunidad -y la viabilidad económica- para llevarlos a cabo.

B.C. Además de componer, ¿a qué otras actividades relacionadas con la música te dedicas? Háblanos un poco de tu trabajo como docente.
J.M.G. Efectivamente, la docencia me ha acompañado siempre en diversos ámbitos académicos, desde el conservatorio hasta la universidad. En el pasado, me he dedicado también a colaborar con distintas entidades con el fin de difundir y explicar mejor la música, con actividades que van desde dar conferencias hasta redactar programas de mano. Hace unos años asumí la dirección artística del extinto Festival "Nous Sons" en el Auditori de Barcelona.

Actualmente trabajo como profesor de instituto, cosa que me permite mantenerme y disponer de cierto tiempo para la creación, y también como profesor en un máster de la UIC. Me encantaría poder vivir de la composición, pero esto, hoy y aquí, es una utopía.

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